En memoria de Lucio Urtubia,
Compañero anarquista y albañil
Los anarcosindicalistas en Chile adoptaron de sus pares españoles el uso de la bandera rojinegra como forma de reconocimiento identitario. Dejando atrás el rojo que los había caracterizado[1], la aceptación de este nuevo estandarte implicó el surgimiento de una “identidad colectiva” particular[2]. La utilización de la bandera rojinegra, como parte de “un peculiar entramado simbólico”, buscó “cohesionar la representación del colectivo trabajador, otorgarle una identidad y contribuir a la constitución del imaginario social obrero”[3]. Por lo tanto, esto no fue solo el cambio de un color en la bandera, sino que expresaba el propio devenir de su transición ideológica hacia el anarcosindicalismo.
El rojo, que por mucho tiempo agrupó la amplia diversidad del movimiento obrero internacional (que incluía demócratas, socialistas y anarquistas)[4], dio paso a una representación propia del anarquismo: el negro[5], expresando, con esto, la necesidad de la guía ideológica en la organización sindical. Esta nueva bandera hablaba de la conjunción entre el anarquismo y el sindicalismo representados por los colores negro y rojo, respectivamente; sin embargo, no era una apelación a la unidad heterogénea, sino que fundada sobre bases ideológicas claras.
Según relata Abel Paz, el origen de la bandera rojinegra se encontraría en 1931, a raíz de la conmemoración del 1° de mayo. En la reunión preparatoria, llevada a cabo el 27 de abril en el Sindicato de la Construcción,
“uno de los problemas que se presentó fue decidir bajo qué bandera se iba a desfilar. La cuestión no era meramente de forma, ya que tenía un fondo teórico importante, que arrancaba de una polémica surgida en 1919 entre los componentes del grupo anarquista “Bandera Roja” y el grupo anarquista “Bandera Negra”. Los primeros, aunque anarquistas-puesto que fue desde su periódico desde donde ya en 1919 se lanzó la idea de pasar a la constitución de una Federación Comunista Anarquista Ibérica- ponían mayormente el acento en la cuestión sindical obrera; los segundos, más radicales, entre los que militaba García Oliver, eran anarquistas más principistas y, por tanto, más distanciados (en aquella época) de las cuestiones puramente sindicales. Una viva controversia se entabló entre los dos grupos, prolongándose, prácticamente hasta 1930. (…) Pero con la proclamación de la República, y a la vista de las perspectivas que facilitaban el movimiento de masas, dicha polémica carecía de sentido. Sin embargo, era preciso dejar constancia del acuerdo mutuo. Y fue justamente García Oliver quien propuso dar expresión plástica al acuerdo, haciendo de las dos banderas una sola; la bandera rojinegra. Por primera vez en la historia, la bandera rojinegra presidiría una manifestación de la CNT-FAI”[6].
El mismo García Oliver presenta más detalles en su autobiografía El eco de los pasos. Su llegada a Barcelona le permitió entrar en contacto con “los compañeros que trataban de crear una oposición ideológica frente a la actitud claudicante de los viejos sindicalistas”. De este modo, pasó a formar parte de la FAI, agrupación ideológica cuyo principal objetivo era “impedir que el aventurismo político y reformista se apoderase de la CNT”. Esta posición los llevó a enfrentarse al sector sindicalista agrupado en torno a Ángel Pestaña y Salvador Seguí, quienes promovían la neutralidad ideológica en los sindicatos. La división de posturas derivó en la conmemoración de dos actos paralelos, “a la misma hora y muy próximos uno de otros”, lo que, sin duda, “produjo cierta confusión”. Uno de estos correspondía al “oficial de la CNT”, mientras que el otro mitin reunió a algunas individuales de la CNT, la “FAI y Comisiones de Inquilinos y de Mujeres del Servicio Doméstico”. Fue aquí donde García Oliver desplegó “cinco enormes banderas rojinegras del anarcosindicalismo y la totalmente negra del anarquismo”. Además, se repartieron “diez mil octavillas” con “la bandera rojinegra y las siglas CNT-FAI, rematadas con la declaración de: ‘Primero de Mayo. Fiesta internacional de gimnasia revolucionaria’”.
El nuevo símbolo del anarcosindicalismo parece haber sido adoptado con entusiasmo, de acuerdo con García Oliver. Según señala en su autobiografía:
“la rojinegra- un rectángulo en dos escuadras-, por el vivo contraste del negro y el rojo, fue rápidamente admitida como enseña de una revolución largamente esperada por el proletariado español. La gente, cuya mayoría saliera de sus casas con ánimo de no perderse el mitin sindicalista del palacio de Bellas Artes, como si de pronto se diera cuenta de que la promesa del futuro estaba estrechamente vinculada a la bandera rojinegra, se detenía ante nuestro camión, flanqueado por las seis enormes banderas ondeando al viento”.
La épica que acompañaría pronto a los colores rojinegro, destellando en su confrontación contra el fascismo, estuvo presente, igualmente, en su jornada inaugural. Tras encendidos discursos, la manifestación marchó hacia el Ayuntamiento y la Generalidad, guiada por “grandes banderas”, cantando “Hijos del pueblo”. Fue ahí donde se desató un tiroteo con “los guardias de Seguridad y los mozos de la escuadra que custodiaban” el lugar. La situación, que se mostraba favorable para los manifestantes, llevó a García Oliver a declarar con orgullo que,
“de haber sido planeada la acción, y no resultado de un incidente, aquel Primero de Mayo hubiera contemplado la toma del Ayuntamiento y del Palacio de la Generalidad.
(…) La conmoción fue enorme. Se vio que, más allá de los compromisos contraídos por los dirigentes sindicalistas, existían fuerzas indómitas. Los comentarios de los periódicos y revistas de Barcelona, de España y del mundo entero, daban cuenta de la impresión producida por la aparición de aquella nueva fuerza llamada por unos ‘la FAI’ y por otros ‘los anarcosindicalistas de las banderas rojinegras’”[7].
Así, la bandera rojinegra se difundió como sinónimo del anarcosindicalismo, encarnado en las organizaciones CNT y FAI, y, como símbolo de identificación, estuvo presente, desde entonces, en los mítines públicos, en reuniones, marchas[8], documentos, e, incluso, en sus vestimentas y viviendas[9].
En Chile, al parecer, fue la Federación Anarquista de Santiago la que primero adoptó los colores rojinegros, proclamando en su “estructura orgánica” que “tendrá una bandera de lucha con los colores rojo y negro en sentido diagonal superpuestos”[10]. Sin embargo, la evocación directa a la lucha española se manifestó a propósito del segundo aniversario del comienzo de la Guerra Civil, organizado por la CGT y Solidaridad Internacional Antifascista en el Teatro Caupolicán. En dicha ocasión, destacaron “dos grandes banderas rojinegras, colores que simbolizan el anarcosindicalismo; a un lado se exhibía un cuadro que simbolizaba la España revolucionaria atacada por un monstruo fascista”[11]. Ese mismo año también se publicó el libro “Hacia un mundo nuevo. Teoría y práctica del anarco-sindicalismo”, que reunió textos de Gregorio Ortúzar, por parte de la CGT, y de Isaac Puentes, militante de la CNT, consolidando esta identificación en la presentación rojinegra de su portada. Así, según constataría un conocedor del tema, un pintor bajo el seudónimo de “Pincelote”, “la bandera “rojo” y “negro” del anarcosindicalismo (lucha) porque “ilumine” para todos el “claro” día de la libertad”[12].
En 1939, luego de la derrota republicana, la preocupación por la España Revolucionaria no decayó entre los anarcos locales. Mantuvieron su ejemplo presente al declamar: “¡Imitemos a la heroica FAI!”, haciendo un llamado a “formar una organización libertaria digna y capaz de llevar al pueblo a su total emancipación”[13]. Igualmente, se realizaron homenajes, se difundieron “documentos y relatos importantísimos acerca de la Revolución española”, y se ejerció la solidaridad con sus pares, exiliados y perseguidos de Europa. De este modo, fue creado en Santiago, “El comité Anarquista Pro-Presos y Perseguidos”, con la concurrencia de la “Federación Anarquista, Federación Juvenil Libertaria, grupos e individuos afines”, cuyo objetivo consistía en prestar “mutua cooperación y aunar los esfuerzos que tiendan a aliviar el dolor de nuestros compañeros”[14]. Cuando, en septiembre de 1939, arribó al puerto de Valparaíso el barco Winnipeg, con más de 2.000 tripulantes arrojados al exilio, entre los que se encontraban algunos anarquistas[15], los esperaba en el mar una “lanchita de compañeros que agitaban banderas rojinegras”[16].
Francisco Acaso C.
Julio 2020
[1] En 1912, a raíz de la conmemoración del 1° de mayo, fue posible leer “gran número de estandartes, banderas rojas y pancartas con consignas típicamente anarquistas”. En Grez, Los anarquistas, 236. “La masacre de Iquique”, La Protesta, Santiago, 1908. “El gran meeting del Domingo”, La Batalla, primera quincena de septiembre de 1914. Tribuna Libertaria, n° 28, 23 de enero de 1926. Para un análisis de uso de la bandera roja en el caso del anarquismo en Argentina, ver Juan Suriano, “Banderas, héroes y fiestas proletarias. Ritualidad y simbología anarquista a comienzos de siglo”, Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, Tercera serie, núm. 15, 1° Semestre de 1997.
[2] Manuel Pérez Ledesma, “La formación de la clase obrera. Una creación cultural”, en Cultura y movilización en la España contemporánea, Madrid, Alianza Universidad, 1997, 226-227.
[3] Juan Suriano, Anarquistas, cultura y política libertaria en Buenos Aires, 1890-1910, Buenos Aires, Manantial, 2001, 300.
[4] Suriano, Anarquistas, cultura y política libertaria, 307. Lagos, ¡Viva la anarquía!, 720-721.
[5] El color negro estuvo ligado al anarquismo desde su adopción por Louise Michel durante los agitados días de protestas en París, a fines del siglo XIX. Luego, en Rusia, hacia 1917, las fuerzas anarquistas de Néstor Makhno fueron conocidas como “ejército negro”, en base al color de su bandera. Ernesto Toledo Brückmann, “‘Roja y negra bandera nos cobija…’ Los colores y el lenguaje cromático de los emblemas revolucionarios”, Pacarina del Sur. Revista de Pensamiento Crítico Latinoamericano. En Chile, tempranamente se identificó el color negro con el anarquismo. En 1903 El Diario Ilustrado informaba que “los cabecillas” de las protestas de Valparaíso “llevaban (…) una bandera roja y negra, signo del anarquismo”. El Diario Ilustrado, 14 de mayo de 1903, citado en Lagos, ¡Viva la anarquía!, 722. A su utilización, vinculado al luto (Suriano, Anarquistas. Cultura y política libertaria, 309), prontamente se impuso la acepción más conocida relacionada a la acción anarquista. Lagos, ¡Viva la anarquía!, 724.
[6] Abel Paz, Durruti en la revolución española, Fundación de estudios libertarios Anselmo Lorenzo, Madrid, 1996, 254.
[7] Juan García Oliver, El eco de los pasos, Ibérica de Ediciones y Publicaciones, Barcelona, 1978, 115-117.
[8] Suriano, Anarquistas. Cultura y política libertaria, 306.
[9] Ernesto Toledo Brückmann, “‘Roja y negra bandera nos cobija…’ Los colores y el lenguaje cromático de los emblemas revolucionarios”, Pacarina del Sur. Revista de Pensamiento Crítico Latinoamericano.
[10] “Federación Anarquista de Santiago de Chile. Declaración de Principios y Estructura Orgánica”, La Protesta, n° 78, Santiago, 2ª quincena de diciembre de 1937.
[11] La Voz del Gráfico, Santiago, primera quincena de agosto de 1938. Citado en Sanhueza Tohá, Anarcosindicalismo y anarquismo en Chile, 200. Por su parte, la portada del periódico La Voz del Gráfico de 1944 trae una ilustración donde el rojo y negro adorna los lienzos de la CGT y de la FOIC. De igual modo, parece haber sido el gremio de la construcción quien reivindicó con mayor entusiasmo los colores rojinegros, ya que estos fueron incluidos, en la década de los 50’, por la Unión General de Trabajadores de la Construcción, en sus banderas, y, durante un breve tiempo, en la portada del vocero El Andamio. En 1964, sabemos también de la interpretación del himno “Nuestro saludo a la Bandera Roja y Negro”, durante el Consultivo Regional Libertario del Movimiento Libertario 7 de Julio. Peña, Anarcosindicalismo en Chile, 116 y 166.
[12] Pincelote, “Greguerías pintorescas”, El Pintor, n° 29, Santiago, 22 de octubre de 1937.
[13] J. R. Aguirre, “Juventud”, Ariete, Santiago, nº 23, primera quincena de julio de 1939. Mayúsculas en el original.
[14] “Circular a los antifascistas”, Ariete, Santiago, nº 23, primera quincena de julio de 1939. Mayúsculas en el original.
[15] Los pocos anarquistas que lograron viajar en el Winnipeg lo hicieron en calidad de polizontes, producto de la implacable selección realizada por Pablo Neruda, en su calidad agente consular, y que beneficiaba a los militantes del partido comunista. Godoy, “Las otras historias del Winnipeg y del exilio español en Chile”, El Surco, n° 39, septiembre-noviembre 2012.
[16] Muñoz, Sin Dios ni Patrones, 225.